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El zorro y el león
Por Rab. Jaim Bloch

Cuentos sobre Rabí Isaac Luria

Desde el día en que el ARI llegó a Safed, sacaba noche tras noche al alma de Jajim Vital de su envoltura carnal y hablaba con ella: "Rabí Jajim -le decía-, ¿por qué no vienes a recibir la Torá de mi boca?  Vine al mundo sólo para enseñarte la Torá".

Pero Rabí Jajim dirigía en aquel tiempo la escuela de Cabalá de Damasco.  Una mañana, Rabí Jajim se levantó de su lecho y contó a sus discípulos:

En Safed vive un sabio alemán.  Esta noche sacó mi alma del cuerpo y me dijo que debía ir con él y recibir sus lecciones sobre la Torá -decía sobre el ARI casi con desdén, pues se tenía a sí mismo por el mayor sabio y el más versado en los tortuosos senderos de la Cabalá.  También había escrito varios libros sobre el Zohar.

Un día, cuando rabí Jajim estaba sentado ante sus discípulos y les exponía los misterios, le resultó incomprensible un pasaje del libro Zóhar y no pudo interpretarlo.  Largo rato meditó en vano sobre su sentido.  Al segundo día no supo responder sobre otro pasaje, y lo mismo ocurrió al tercer día y al cuarto.  Entonces dijo a sus discípulos:

Sabed que tengo deseos de ir a Safed a conocer al "alemán".

Allí viajó.  En cuanto llegó se presentó ante el ARI, quien se alegró muchísimo y le dispensó grandes honores.  Rabí Jajim le expuso el primer pasaje difícil, y el ARI le dio la interpretación.  Le expuso el segundo, y también lo interpretó, y ante los ojos de Rabí Jajim Vital se abrieron las puertas de la luz.  Llegó así el tercero.

¡Hasta aquí! -dijo el ARI-.  Has llegado al límite.  Aún no te está permitido penetrar más profundamente.

Ahí quedó Rabí Jajim, paralizado ante el ARI como el zorro ante el león.  Entonces el ARI despidió a su huésped.

Rabí Jhajim se fue a su alojamiento con gran desilusión y se vistió de saco.  El día entero ayunó, lloró y rogó a Di-s que pusiera en el corazón del ARI el deseo de aceptarlo como discípulo.  Por la mañana fue a donde el ARI e imploró con voz llorosa:

¡Acéptame como tu discípulo, si has venido realmente a este mundo para enseñarme la Torá!

Entonces dijo el ARI:

Tres largos meses esperé con ardiente deseo que vinieras a mí.  No viniste y me causaste un gran dolor.  De la fuente brota cada vez más agua fresca y no hay allí vasija para recogerla.  Por eso no debería aceptarte entre mis discípulos, a causa de tu dureza de corazón.  Pero tu arrepentimiento de ayer ha cambiado las cosas, de modo que te abriré todas las puertas y te haré ver en todo su esplendor la luz de la Cabalá.

Entonces Rabí Jajim cayó al suelo y clamó:

¡Loado sea el Rey del universo!.

A partir de ese día, Rabí Jajim se sentó ante el ARI como un joven discípulo y escuchó sus lecciones.  Pero su mente estaba débil y sin fuerzas, y olvidaba enseguida todo lo que había recibido.  Ese era el castigo por el dolor causado al ARI con su negativa durante tres largos meses.  Rabí Jajim lloraba continuamente ante el maestro para que lo ayudara.

Un día, el ARI condujo a sus discípulos hacia Tiberias.  Allí hizo a Rabí Jajim beber en el pozo de Myriam.  Desde entonces no olvidó nada más.  También adquirió la sabiduría para leer en los rostros de los hombres su pasado y futuro, su fortuna y adversidad, su delito y su buena obra como en un libro abierto.