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Torá desde Jerusalem



Parashá Bejucotai - En Mis Leyes
Libro Vayikrá / Levítico (26:3 a 27:34)

Reflexiones sobre la Parashá


"Y Yo les daré lluvia a su tiempo..." (Vayikrá 26:4)

Una vez habia un sastre.  Era ampliamente conocido como un artista que podía tomar un simple hilo y transformarlo en una vestimenta apta para un rey.  Un día un comerciante adinerado vino a él con un trabajo especial.  Mientras viajaba por el oriente pagó una impresionante suma por un corte de seda del Catay, la más fina en el mundo.  Los ojos del sastre se encendieron pues nunca había visto una tela tan hermosa.  Tomó las medidas del comerciante y un precio fue fijado por el trabajo.

Al día siguiente el sastre empezó su trabajo con entusiasmo.  Trabajó con cuidado especial, tratando de no desperdiciar el más mínimo hilo.  Una semana entera de trabajo extenuante le siguió.  Eran cerca de las dos de la mañana cuando el sastre cosió el ultimo botón sobre el vestido.  Cortó el hilo con sus dientes y se echó atrás para admirar su obra.  He aquí un vestido como el que jamás se habia visto.

Con un bostezo se dirigía a dormir, a tirar su cansado cuerpo sobre la cama.  El comerciante vendría a primera hora de la mañana a recoger su traje.  El sastre salió del cuarto y cerró la puerta, pero no resistió la tentación de entrar nuevamente y admirarlo una ultima vez.  Y ahí estaba, en toda su gloria, bañado en rayos de luna.

Cerró la puerta suavemente.  Silencio.  Entonces se escuchó un ligero chirrido.  Dos pequeños ojos negros brillan desde dentro de una grieta en la pared.  Una larga nariz peluda husmeaba de lado a lado, y de pronto un pequeño ratón se abre paso hasta el centro del cuarto.  Detrás de él aparece otro ratón, y otro ratón y otro.  Una enorme banda de ratones se apoderó del cuarto con un solo propósito: el vestido.

Todo acabó en menos de diez minutos.  Lo único que quedó fueron retazos de tela con mordiscos que contaban lo sucedido.

Cuando el sastre bajó a la mañana siguiente y vio lo que pasó se afligió mas allá de lo que se puede describir.  Se paró en medio de su taller con lágrimas llenándole los ojos, y suspiró profundamente con resignación.

Al levantar la mirada vio al comerciante frente a él, radiante por la expectativa y sin tener la más mínima idea de lo que le pasó a su invaluable vestido de seda del Catay.

Con un tono de voz medido el sastre le contó al comerciante de cuánto trabajó en la confección de su vestido; de cómo era una confección incomparable en todos sus años de sastre; de las largas horas de trabajo amoroso que le dedicó; y finalmente de lo que pasó la noche anterior una vez que dejó el taller.

"Pero" continuó el sastre "yo quisiera que usted me pague lo que originalmente habíamos acordado, porque, aunque usted no tiene su traje, yo puse alma y corazón en confeccionarlo".  La cara del comerciante se puso verde.  "¡Suficiente le debería ser que no lo demande por mi seda del Catay!"  Y con esto salió furiosamente de la casa.

No hay trabajo en el mundo que pague por el esfuerzo nada más.  Aún cuando uno pone cuerpo y alma en el trabajo.  Si no produces nada eso es lo que te pagan: nada.

Con una excepción.  El estudio de Torá.  Si uno pone verdaderamente todo su esfuerzo y empeño en el estudio de Torá, recibe recompensa, aún cuando acaba sin entender nada.  Aún cuando solo acaba teniendo en sus manos retazos de tela mientras otros han hecho trajes enteros.

(Jafetz Jaim)



"Haré que la tierra sea desolada y vuestros enemigos que habitan en ella serán asolados...  Entonces la tierra se apaciguará por sus sabáticos durante todos los años de su desolación, mientras estéis en la tierra de vuestros enemigos; entonces la tierra descansará y se apaciguará por sus sabáticos" (Vayikrá 26:34-35)

Cuando el Pueblo Judío no cumple con las leyes de Shemitá y yovel -los años de descanso de la Tierra de Israel- son enviados al exilio.  Si no dejan que descanse la tierra en su presencia, descansará en su ausencia.  Los setenta años sabáticos transgredidos antes y durante el Primer Beit HaMikdash produjeron los setenta años del exilio babilónico.

Con anterioridad al exilio romano, Josefo Flavio dio testimonio de la abundancia de Eretz Israel: "Porque es una tierra increíblemente fértil, una tierra de pasturajes y muchas variedades de árboles...  Todo el territorio fue plantado por sus habitantes y ni un solo trecho de tierra esta descuidado.  Porque la Tierra está bendecida con tanta bondad, las ciudades de la Galilea y los numerosos poblados están densamente habitados.  Hasta la aldea más pequeña se jacta de al menos 15.000 habitantes".  En 1260, el Rambán (Najmánides), escribiéndole a su hijo desde Eretz Israel, nos proporciona un paisaje muy diferente: "¿Qué te puedo decir con referencia a la situación de la Tierra?... Está grandemente abandonada y su desolación es enorme...  Lo de mayor santidad está más desolado que lo de menor santidad.  Jerusalem es la más desolada y la más destruida".

Seis siglos mas tarde, en 1867, Mark Twain halló la Tierra en una situación parecida: "Una tierra desolada cuyo suelo, a pesar de ser más que suficientemente rico, produce únicamente espinos y cardos, una silenciosa expansión que se lamenta.  Existe aquí un estado de abandono tal que hasta la imaginación es incapaz de ofrecer la posibilidad de la belleza de la vida y la productividad.  Llegamos en paz al Monte Tabor... no vimos una sola alma en todo el viaje... en todos los lugares adonde fuimos no había ni un solo árbol o arbusto...".  Y Twain escribió: "La Tierra de Israel habita en saco y cenizas.  El encanto de una maldición se cierne sobre ella, y ha malogrado sus campos y ha encarcelado la fuerza de su poder con grillos".  Twain percibió una desolación tan grande que escribió: "La Tierra de Israel es un desierto...  La Tierra de Israel ya no se considera parte del mundo real..."

Comparemos esta escena casi post-nuclear con la dura advertencia de la Torá: "Y el extranjero que vendrá de una tierra lejana, cuando vean las plagas de la Tierra y las enfermedades con que Hashem la ha afligido; el azufre y la sal, una conflagración de toda la Tierra, no puede ser sembrada y no puede brotar, y no crecerá pasto en ella...  Y todas las naciones dirán: '¿Por qué motivo Hashem le hizo esto a esta Tierra?'" (Devarim 29:21).

Durante siglos enteros, la iglesia cristiana trató de aprovechar el versículo citado, sosteniendo que la desolación de la Tierra de Israel era prueba de que Di-s había rechazado al Pueblo Judío.  Sin embargo, el Rambán señala que la desolación de la tierra es, en realidad, una bendición oculta.  En la parashá de esta semana, la Torá dice: "Haré que la Tierra esté desolada, y vuestros adversarios, que habitarán en ella, estarán desolados".  En todos nuestros exilios, nuestra Tierra no habrá de aceptar a nuestros enemigos.  Se negará a ser fértil, para que ninguna otra nación pueda establecerse en ella.  Un ejercito podrá conquistar el territorio, pero para establecer un asentamiento permanente hace falta la cooperación de la Tierra.

El Maharshá escribe: "Mientras Israel no habite en su Tierra, la Tierra no da sus frutos como está acostumbrada.  Pero cuando comience a florecer nuevamente, y dar sus frutos, será una clara señal de que el fin, la época de la Redención, se estará acercando, cuando todo Israel retorne a su Tierra".

Eretz Israel es como una mujer fiel a la que se le dice que su marido languidece en una cárcel lejana, de la que nunca ha de retornar.  No obstante, ella lo aguarda, sin aceptar ningún pretendiente en su lugar, convencida de que un día ha de retornar.

Al leer la descripción que hace Mark Twain de la Tierra de Israel, nos cuesta creer que se estaba refiriendo a la Eretz Israel que conocemos hoy, una tierra floreciente y próspera.  Las frutas, verduras y flores de exportación israelí adornan las mesas de todas partes del mundo.  Los expertos en agricultura israelíes son enviados a los países en desarrollo.  El desierto que "ya no es considerado parte del mundo real" se ha transformado en el jardín más bello.

(Talmud Shabat 33a, Josefo Flavio, Rambán)

Shabat Shalom.